sábado, 1 de diciembre de 2007

Uno de diciembre

Permanecí junto a su cama hasta el último día. Incluso cuando no abría los ojos le sonreía. Y cuando decían que ya estaba dormido, le hablaba. Y le tomaba las manos para que supiera que estaba cerca; para que sintiese que aunque no estaba en casa, tampoco estaba solo. Nos queríamos tanto, que hubiese dado allí mismo un pedazo de mi vida por mantener la suya. Tanto que, aunque nunca le gustaron las mujeres, no le hubiese importado pasar una buena vida conmigo. Eso decía y sonaba a piropo. Era tan rabiosamente guapo, tan rabiosamente hermoso por dentro y por fuera, que no me lo hubiese pensado. Nos lo hubiésemos pasado bien. Yo le sigo queriendo, allá donde se encuentre.

Entonces aquel nombre estaba maldito; la enfermedad era impronunciable. Fueron dos meses en aquella habitación viendo pasar enero y febrero a través de sus cristales dobles, sobre los tejados pintados de hielo. Dos meses del hospital al periódico y del periódico al hospital. Dos meses de besos asépticos dados con el alma, de horas de angustia que pasaban como sin querer mientras cada día nos pertenecía menos; mientras se apagaba la luz insultantemente azul de sus ojos y le velábamos noche tras noche como a un hermoso yacente de respiración cansina.


El último día cogí su mano y la besé despacito. Quise olerlo, aspirarlo suavemente por última vez, porque olía como los bebés; a manzana dulce y ternura. A la colonia de Dior que dejó a medias y que dosifico como un tesoro cuando quiero llevarlo conmigo a alguna cita importante. Supongo que siempre le filtró por los poros la transparencia de su alma. Y le dije adiós en voz baja, agradeciéndole su lucha y su valentía, el coraje y la dignidad, la alegría compartida, la limpieza de la mirada, la generosidad de su corazón.

El último día, mientras cerraba mis ojos junto a sus ojos ya cerrados y archivaba en mi alma el rastro aún calentito de su piel, se me escaparon las primeras y únicas lágrimas. El me había pedido meses antes que no le llorase cuando se fuera, porque le había dejado en prenda mi alegría. Yo cumplí lo pactado. Pero aquel día lloré de rabia, con el corazón impotente al verlo marchar. Porque sabía que tarde o temprano habría un tratamiento. Porque sabía que algún día habría un alivio contra el azote que se recreó en tu hermosura.

Cada uno de diciembre recuerdo aquellas lágrimas y me rebelo porque llegaste tarde a la cita con la esperanza. Pero encuentro tu mirada azul empujándome siempre hacia adelante y te sonrío. Los dos sabemos que hoy el sida mata menos, por mucho que le pagásemos el tributo de tu ausencia.

Y te sigo queriendo, y sigo admirando tu lección de vida.

15 comentarios:

Lydia dijo...

Una preciosa historia, muy emotiva y la mejor manera de expresar un homenaje al día de hoy.

manuel allue dijo...

Brava, brava.

Donce dijo...

Hermoso Berren. Te aseguro que es lo más hermoso que he leído últimamente.
GRACIAS por compartirlo con nosotros.

Guarismo dijo...

Berrendita: Triste, muy triste por tu amigo, pero precioso. Él, que seguro lo ha leído ya, estará orgulloso de ti (lo estaba ya, supongo).

Un abrazo.

(Por cierto ¿quieres enviarme u correo?)

Lucano dijo...

Dos meses, dos años, dos décadas... Cambian los tiempos, permanecen los tabúes, los miedos. Sigue habiendo manos que acariciar y despedidas que llorar aunque se haya prometido no hacerlo. Siguen sucediéndose los primeros de diciembre y los últimos a quienes acompañar. Qué hermoso, Ana, qué sueño fabricado con la máquina de amar.

Víctor L. Gómez dijo...

Ana, lo mas hermoso que te he leido, me has hecho emocionar muchas veces pero esta ha sido desde tu corazon.

Estoy seguro que tu Amigo haya donde este, estara orgulloso de tenerte como Amiga.

¡Que grande!

Duke dijo...

Precioso Ana.Todo lo bueno se va...es ley de vida,aunque muchas veces injusto,como en este caso.Pero tranquila,de los corazones nunca se va nada y estoy segura de que tú sigues en su corazón como nadie...


Me has emocionado...

Un besito y un fuerte abrazo!

Ana Pedrero dijo...

Gracias a todos. Gracias dobles, de Jose y mías.
No os pongáis triste, porque él está conmigo en cada paso que doy desde aquel febrero maldito y en todo lo que soy desde que cumplí 34 años y me dije que todo lo que viviese sería, por los dos, justo allá donde él dejó de cumplir años.

Os aseguro que esta entrada tiene signo positivo, por su inmenso legado de amor. Y sí, Tomaás: claro que es un sueño fabricado con la máquina del amor. No lo dudes. Por eso es un sueño, aunque fuese tal real que juraría haberlo vivido y doy gracias porque así fue y porque tuve la inmensa suerte de querer tanto y ser tan querida.

Un beso para todos.

Alfredo dijo...

Joer Ana me has puesto el corazon en un puño, ultimamente tu, eres la unica que me hace sentir que todavia tengo sentimientos

Un abrazo

Cvlocolorao dijo...

(silencio)

LUIS SANTOS DE DIOS dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
LUIS SANTOS DE DIOS dijo...

Sé que tus lágrimas fueron muchas y cargadas de dolor. ¡Y cargadas de amor!
¡Sonríe! No llegues tarde a tu cita con la esperanza. Él te ve. ¡Y te sonríe! Por él, por Jose, ¡vive!
Un saludo,
Luis Santos

Alfredo dijo...

todabia

estrella de mar dijo...

Cuando la vida te presente razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y una razones para reír

Siempre impresiona leer palabras como las tuyas, que tanto emocionan

Skunky dijo...

Berrenda...

Sé lo que sientes...

Mil besos