sábado, 6 de octubre de 2007

Abrazar la piedra

Hacía bochorno, presagio de las tormentas y aguaceros que han alimentado el Duero hasta dejarlo crecerse por las orillas. Subimos porque queríamos abrazar la piedra, abrazar el aire azul y gris plomo que cubría como un manto nuestras casas, nuestras calles, nuestros tejados. Divisar desde la torre maciza los trazados de nuestro paisaje y ponernos a salvo de la malicia que habita tras sus puertas.

Allí, a la sombra del cimborrio, todo es tan abarcable y tan sereno que daba miedo pensar que al descender sobre nuestros pasos la ciudad nunca fuese a despertar de su pereza peligrosa, de su quietud placentera pero sumisa. Beso letal que nos duele pero no mata.


Quisimos ajustar el reloj del tiempo y quedarnos como espectros reflejados en la Bomba, esa campana inmensa con nombre de munición que reza en bronce cuando el Cristo de las Injurias atraviesa el atrio en la tarde del Miércoles y el silencio se hace juramento. Quisimos quedarnos para siempre allí arriba, acariciados por el batir de las alas de un ejército de cigüeñas que ya no emigran en los meses del frío.

Dibujando caracolas y enigmas sobre las escaleras desgastadas, atisbando desde la altura la mirada románica que nos preside cada día. Siguiendo con paso corto el rastro medieval de los canteros que obraron el prodigio a golpes de cincel. Sonreíamos como si participásemos de algo mágico con los pies anclados al mismo pie del cielo, bajo la luz dura del sol de mediodía que castigaba nuestra osadía de surcar su territorio.

Por unos instantes, mientras abrazábamos la piedra, supimos del secreto de los siglos que mantiene intacta su insolente belleza.

5 comentarios:

Alberto dijo...

En la puerta del cielo, a los pies de los ángeles, tocando esa corona que Zamora se ciñó como reina del Duero. Magnífico, como un sueño.

dario jurado dijo...

"Su insolente belleza".

Cuando te leo me siento tan privilegiado como desnudo ante un derroche tan sencillo de luz y verbo.

Te dejo otro beso enorme para lo que quieras hacer de él.

LUIS SANTOS DE DIOS dijo...

Esa sensación de tocar cielo y piedra que todos los que hemos subido a una torre hemos tenido era algo indescriptible. Ahora tú lo has acercado un poco más a la comprensión de los "mortales".
Qué agradable sensación la del muecín allá arriba en su alminar, como campana humana...
Un saludo,
Luis Santos

Ana Pedrero dijo...

Sí, Alberto. Fue magnífico. Y además lo compartimos y estampamos nuestras huellas sobre los tejados.

Darío: soy yo la privilegiada cuando te veo aparecer y siento ese beso a través de los kilómetros, y tu sonrisa pícara y la luz del sur reflejada en tus ojos. Sigo queriéndote.

Luis: esa sensación es indescriptible. Lo que duele es descender, pisar el suelo, y comprobar que tocar el cielo es sólo el instante, que deja heridas cuando quieres más. Como un sueño que nunca ha de ser verdad.

Un abrazo.

Donce dijo...

Berren, si necesitas más vuelve a subir, la vida está hecha de pequeños momentos y tú, aunque quizá hoy no lo ves, tienes miles de esos preciosos ratitos.
Estoy segura de q pronto se disiparán las nubes que nos emborronan y podremos disfrutar del sol sin que sea necesario subir a ninguna torre para ver el horizonte. Hoy, por lo pronto, yo ya siento el calorcito en mi ventana. Tiempo al tiempo.
Bsitossss "so" guapa!!