Todos, alguna vez, hemos sentido un once de septiembre en las entrañas, en el pecho, como si bajase fuego por el esófago incenciándonos, desmoronándonos, pulverizándonos, haciéndonos nada, ceniza y desgarro. A todos, alguna vez, se nos han vencido las tripas y el alma como si fuesen dos gigantes pasados a queroxeno y muerte por el impacto de un avión con nombre de deseo y maldición, un tsunami por el aire, con el desamor en el fuselaje y la soledad por combustible.
El mundo sobrevivió al once de septiembre que hizo saltar en pedazos su corazón con la ley del terror por bandera. Y nosotros, todos, sobrevivimos a nuestros onces de septiembre de andar por casa, los de noviembre, los de febrero, los de abril, poniéndonos en pie como colosos de acero y hueso, inventando doces de septiembre sobre los que erigir nuestro mundo de puertas adentro, desafiando a las leyes de la gravedad y de la memoria, mirando hacia lo alto, el puño en alto, el corazón en alto, la sonrisa por el aire, quemando en las calderas de una fábrica de sueños cada once de septiembre de nuestra vida como si sólo fuera eso: un mal sueño que nunca debimos tatuarnos sobre la piel.
(Y esto, en este doce de septiembre que ya despunta, va por tí, que anoche me pediste que soñase).
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3 comentarios:
De inventar se trata, para sobreponernos, descubriendo que siempre habrá un doce para mirar hacia adelante. ¡Hasta pronto! Besos y flores
Doce, siempre hay que levantarse despues de la pesadilla, siempre hay que continuar.
Besos Berrendita!
La cosa es que hagamos un doce de septiembre cada día.
Un besico a cada uno. :)
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