(AVE MARIS STELLA)
El mes de Julio grabó con nombre propio el día dieciséis sobre el calendario de mi alma. Carmen.
Así se llamaba mi abuela, que vio la luz primera en la fiesta de la Virgen del Carmelo, vistiendo de alegría nuestras casas y nuestros manteles durante los 96 años que tuvimos la dicha de tenerla, de disfrutarla, de compartirla, de abrazarla aquí en la tierra antes de dejarla emprender el vuelo y ser viento. La mujer fuerte que sembró amor desbordado, memoria por encima de la carne, de la muerte, de los siglos. Nuestra golondrina de julio, recia y tierna a manos iguales, generosa hasta vaciarse las manos en las manos del prójimo y no guardarse nada nunca. La que me pintó los ojos de verde y gris mucho antes de que yo naciese y me forró las paredes de las entrañas con la fortaleza de los que nunca se rinden, aunque no pueda evitar emocionarme como ahora me emociono cada vez que hablo de ella, porque su nombre se posa sobre todas las cosas, tan cierto. Carmen. El beso siempre. La ternura. Abuela querida.
Carmen. Las dos sílabas del gozo en la mitad de julio. Así se llama la Virgen de mi Barrio, Vida, Dulzura, consuelo de tantas cosas. La Señora que esta tarde recorrerá las calles de Zamora sobre un jardín de rosas con el Niño en brazos y el escapulario en las manos, sonriendo, con una corona de Reina que forjaron siglos de plegarias a sus pies. Aquella que llamé sin voz, con la garganta rota, en la sala de espera de un hospital de madrugada, mientras Salamanca dormía, y me escuchó porque se llamaba igual que mi abuela, que siempre la llevaba sobre el pecho, que siempre le rezaba con la misma fe con que yo pronuncio su nombre porque sé que Ella conoce mi voz cuando la llamo sin palabras, con el alma en los labios y la esperanza apostada en las ventanas de mi casa, sobre la almohada de los que quiero.
Carmen. Así se llama aquella otra Virgen Marinera, la que los barquitos saludan con sus sirenas cuando entran en la Bahía y Cádiz se ofrece abierta como una flor de estío sobre el Atlántico, con sus casitas de colores y sus azoteas mirando a poniente, con sus dos campanarios anunciando alegrías tras los baluartes que tantos siglos defendieron la ciudad. Carmen. La del agua y la de la sal, lucero bajo palio de los que surcan los océanos con la promesa de arribar siempre a tierra firme. Estrella de los mares. Salve.
Yo diré siempre tu nombre, porque el amor se conjuga en tus letras. Por la memoria de los que tanto he amado; por la vida de los que siguen a mi lado; por las madrugadas de vísperas y los lazos de amistad anudados junto a tu mesa con Enrique, Roberto y Raúl, que esta tarde te guiará por las calles con la emoción a flor de piel, sumando años, contemplándote tan bonita, bendiciendo los tilos, las piedras, los balcones, regalando vida.
Yo diré siempre tu nombre de sal y de estrellas, cantes de ida y vuelta que me traen la alegría hasta el Duero, que mañana será agua que baje a besar la arena dorada de la Tacita, llamándote en mi nombre, besándote. Y guardaré este día en el calendario de mi alma siempre, porque su nombre es el nombre del amor, el verso, el pañuelo, la caricia, la acción de gracias, el cántico hondo de todo lo que soy.
Carmen. Agua de Dios sobre la tierra que todo lo lava, que todo lo purifica, que todo lo calma.
(Gracias siempre también a Marcos y a Carlos. La fotografía es de Alberto García Soto y recoge el paso de la Virgen ante la fachada de mi casa. Mi padre la fotografía desde el balcón)
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4 comentarios:
Magnifica
Me encanta como escribes.Amparito un besazo
Gracias a ti Ana por tus palabras, por tu amistad y por tu poesía. Sabemos lo que sientes por el Carmen, lo rezuman los poros de tu piel... Hoy tu Carmen centenaria, desde el cielo también se alegra y te envía "golondrinas" para alegrar tu corazón.
Un beso muy fuerte.
Roberto
lo he he reenviado a varias Carmenes.
A cualquiera le gustaría ser objeto de tu visión y de tu amistad
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