lunes, 23 de septiembre de 2013

Me vestiré de otoño


Me vestiré de otoño. Desnuda. Dejaré que caigan las hojas como si fuese ley de vida, como si un huracán no me hubiese arrancado de cuajo la primavera, como si un hacha implacable no hubiese talado las ramas que se expandían tan generosas, tan amorosas, tan protectoras sobre tu cabeza. Tranquilamente. Sin dolor, sin recordar que un día fue verde la memoria muerta.

Me vestiré de otoño. Desnuda. Guardaré en una cajita que jamás ha de volver a abrirse los momentos en que fui feliz. Inmensamente feliz: un par de días de piscina; la primavera echando flor en unas varas plateadas; el camino a La Hiniesta tapizado de amapolas; nuestras voces en la bóveda mágica de una cueva encantada; una cicatriz en la pierna derecha; el tacto tibio de las sábanas a medias; los besos que posabas en mis labios; los momentos en que me hacía pequeña entre tus brazos y la tierra dejaba de girar. Tu respiración tan al lado. Los ojos jodidamente azules de Michu. Estadio Azteca, que ya no suena en mi móvil. Los boleros en una bodega con nombre de motín. María la portuguesa. Un miserere de Aliste. Silvio quemando kilómetros en el coche. Limosna de amores. Todas las canciones que olvidaste perdido entre cantos de sirenas, más allá del océano, tan deprisa.

Me vestiré de otoño. Desnuda. Guardaré en una cajita que jamás ha de volver a abrirse aquellos te quiero que me sonaban a la música callada del mundo. El frasco negro de perfume transparente, el rastro de mi piel. Tus latidos después de galopar sobre mis sueños. Guardaré también mi presencia fuerte como un roble en la salud y en la enfermedad. Siempre. Acompañando, consolando, creyendo que era importante el soporte de mi hombro, mis ojos en tus ojos, mi vida por tu vida. Hojas muertas que ya son nada, que son viento, que mueren como muere todo en el otoño.

Me vestiré de otoño. Desnuda. Sin dolor. Sin mirar atrás. Sin rencor, porque sólo se puede odiar lo que no se ha amado de verdad. Como si nunca hubiese existido el verano, ni la primavera, ni aquellas noches de frío y niebla con la madrugada acariciándome el rostro de vuelta a casa, a caballo entre la vida y el sueño, la felicidad de tu abrazo, la paz en el vientre y en el alma. Mi almohada. Los hielos danzando en el vidrio, gintonic y vodka naranja: salud. El vapor alisando tu ropa como si yo te abrazase bajo las costuras. El corazón desbocado cada día como si fuese la primera cita. Aquel primer beso en el sofá. El olor a tormenta y a tierra mojada, los mediodías a medias, mi mano en tu mano. La confianza. La ternura. El hueco de tu espalda. Tu pelo oscuro entre mis dedos. Tantas veces. Nuestra risa. Hojas secas, hojas muertas que tapizan este otoño que me viste de otoño. Desnuda.

Hojas muertas que guardaré en una cajita que jamás ha de volver a abrirse para que nadie, ni siquiera tú, pueda destrozarlas. Para que nadie pueda rozarlas con sus dedos. Son mías. Porque yo soy alegría, carne, árbol, palabra. Lealtad, amor. Porque yo soy verdad. Porque he sido feliz aunque apostase contra el mundo a caballo perdedor. Y sé que vendrán nuevas primaveras, que escribiré nuevas historias porque la vida no se detiene en el punto donde me hubiese gustado apearme y bajarme del mundo para siempre. Hojas nuevas, savia nueva, brotes, nuevos veranos. Sin ti. Después de ti.

Me vestiré de otoño. Desnuda. Sin miedo. Me vestiré de otoño y de sonrisas, las puertas abiertas, caminos que nunca había pisado. Estos primeros pasos que cuestan un mundo hasta que aprenda a andar otra vez sola, tan sin contigo. Esperando el invierno como antesala de nuevas primaveras. Otros besos, otras sábanas. Una almohada mía. Otros días de verano, otras madrugadas contra el rostro, la felicidad del amor recién estrenado cada día. Pero fui feliz. He sido feliz y eso me guardo en mi cajita sin llave.

Me vestiré de otoño. Desnuda. Esperando nuevas caricias que cubran mi cuerpo sabiendo que es un tesoro que no pueden tocar las demás manos. Dejando el alma en cada centímetro de piel para que se la coma a besos quien de verdad tenga sed de beberme y tatuarme la primavera sin que le tiemble el pulso, sin miedo a pronunciar mi nombre en voz alta.

Me vestiré de otoño. Desnuda. Esconderé la cajita de hojas muertas en la memoria de los días felices. Y vendrá el olvido. Y seré de nuevo primavera, promesa, presencia verde de la vida y de la alegría.

14 comentarios:

Carmen González Gómez dijo...

Una vez más, ENHORABUENA. Tanto sentimiento, al leerte... Es cierto, te vistes tan desnuda que tus letras, enormes, llegan al alma.
Gracias por compartirlas con el mundo.

Anónimo dijo...

Ante esta maravilla (aunque duela) lo mejor que uno puede hacer es callarse...es el canto más bonito que se le puede hacer al amor desde el desamor.

A.Talavero

Rosario dijo...

Ana, me quedo sin palabras. ¡Qué cosas más bonitas escribes! Gracias por compartirlas.

Anónimo dijo...

"Y el coñac de las botellas se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas" (Lorca)

Luis dijo...

"...y en la copa de otoño un vago vino queda/
en que han de deshojarse, Primavera, tus rosas"

Anónimo dijo...

Leerte es un placer, hasta cuando tienes el alma rota. Eres tan grande que ni tú misma te lo crees.
G.

Anónimo dijo...

Leerte es un placer, hasta cuando tienes el alma rota. Eres tan grande que ni tú misma te lo crees.
G.

Anónimo dijo...

Cuánto amor destilan tus palabras. Eres tan maravillosa que eres capaz de crear poesía desde el dolor, tan inmerecido y hacernos un regalo como este texto. Eres siempre primavera, Ana. Eres pura bondad. No lo olvides nunca.

Chano.

Enrique dijo...

Sin palabras, sin aliento.

Enrique dijo...

Sin palabras, sin aliento.

Arancha dijo...

Sensacional. Obligada lectura. Obligado abrazo de amiga. Obligadas GRACIAS por sentir.

Anónimo dijo...

Los vellos de punta...

José Manuel

Anónimo dijo...

Qué forma más bonita y más valiente de querer! Esa cajita es un tesoro, pero no por lo que guardas, si no por todo lo que has dado.
Berrenda, es imposible no quererte. Muchos besos, mi niña. Tu rubiaca.

Félix dijo...

¡Espera desnuda a vestirte de primavera!
Duele el otoño, desde su inicio, para dar paso a un invierno que congele el alma. Así, en la invernada, con el dolor endurecido por el frío, se anestesiarán los sentidos y dejarás de sentir los sentimientos.
¡Espera desnuda a vestirte de verdes hojas de primavera!