
Podría decir, en su descargo, que capataz viene de capaz cuando hablamos de él. Que es tan mágico que hace que a mi, que jamás he pisado Algeciras en los días de Pasión, se me encoja el corazón cada Domingo de Ramos porque sé que su Borriquita está desfilando por aquellas calles llenas de luz y poniente.
Podría decir que me emociona ver en su messenger, a partir de enero, cómo cita a sus cachorros, a su plantilla de costaleros, para comenzar los ensayos y repetir la coreografía de Pasión que mamó en casa casi antes de aprender a caminar.
Podría decir que rezuma amor, que la voz se le quiebra de cariño por su gente cuando habla de 'su' cuadrilla del arte. Que es de arte porque la amasó su padre mientras él echaba los dientes cerca del arrastrar de las zapatillas, de los sudores y las emociones de esos hombres que abrazan la madera faldillas adentro para que el Hijo de Dios pise la tierra al pie del mar, al sur del sur, mientras despunta en flor el azahar y la primavera.
Podría decir que hemos consumido madrugadas devorando estrellas y vídeos, haciendo memoria, compartiendo sueños, rezando por lo profano, contando los latidos, hablando ese idioma que sólo conocemos quienes sumamos procesiones aferrados al mismo leño, apostando a la misma trabajadera, hermanos en el camino, a una voz. Podría decir que conozco casi como una letanía los pasitos cortos, la subida por Montereros, el perfume de los lirios, la alegría sureña que desborda las calles cuando camina por ellas, navegando entre el gentío, el Jesús del Amor.
A mi amigo Darío le ha cesado como capataz de la Borriquita en su Algeciras del alma una directiva incompetente que, incapaz de asumir sus errores, castiga la verdad con la mordaza y el trabajo callado con la patada en el culo. Las mismas mordazas, las mismas celdas, las mismas cadenas de norte a sur. La misma impotencia, la misma prepotencia que ensucia los días santos en nombre de un dios en minúscula que se llama soberbia.
Podría decir que le admiro por su inmensa fuerza, por su inteligencia, por su claridad y por su valentía; podría decir que es lo mejor que me traje de Cádiz cosido al corazón, repitiendo palabras que ya son sueños en esta fábrica sin apenas sueños donde siempre ocupará un lugar de privilegio ganado a pulso con la seducción de su sonrisa, tan sin anunciarse, tan pegada a sus labios.
Podría decir que me siento orgullosa de su defensa a ultranza de los suyos, de sus palabras sin recovecos. Podría decir que, de haber nacido hombre, hubiese sido un honor escuchar su voz cada Domingo de Ramos en cada levantá. Que el traje no hace al capataz, que el servilismo no nos hace libres, que el silencio no es un tratado de capacidades. Que es el capataz más capaz, mucho más allá de las puñaladas y la hipocresía.
Y te lo digo, Darío, porque seguirás siendo capataz entre los obreros de esta fábrica, en los desordenados sueños de cada pasión; porque cuando Jesús entre en tu tierra a lomos de una burra, sonreirá reconociéndote niño entre los niños. Agradeciendo, bendiciendo.
Yo, mientras, te abrazo. Porque abrazarte, amigo, es dejar que se cuele por mi alma el soplo cálido de tu aliento, la brisa y los vientos que llevas aparejados en tus tripas y devolvértelos siempre en forma de sonrisa, que es lo único que cabe entre tú y yo.
Te quiero.
(Y para que sepáis de qué os hablo, os dejo este enlace, porque sobran las palabras)