Víctor es el obrero más vago de esta fábrica -no deja unas letras así lo maten-, pero a cambio nos regala su mirada sobre las cosas. Sobre las muchachas guapas que encuentra en las fiestas de los pueblos: sobre la tortilla y la cerveza que hemos compartido tantas veces; sobre nuestra pasión por las pasiones del norte y del sur; sobre el valor de la amistad como el primer mandamiento; sobre la belleza de la noche posada en la piedra de Moreruela; sobre la sonrisa de los campos cuando pasa nuestra Patrona en romería y deja descansar su cámara en un árbol condecorada con la medalla de cinta roja, como quien cumple una peregrinación de siglos; sobre las caricias de miles de manos; sobre la piel desnuda de los cuerpos o sobre la ingenua impudicia de un abuelete haciendo de vientre en un momento de apretón campero y a traición.
Víctor ha paseado de la izquierda a la derecha, aunque su corazón es de tres colores y ha pateado las calles nuestras en pos de los deseos que nunca serán. Ayer nos regaló su mirada sobre una campaña de sueños y elecciones en la que precisamente las miradas valen más que las palabras y los gestos eran guiños de la memoria del tiempo. Y dijo sin palabras verdades ocultas. Y mostró sin necesidad de hablar vergüenzas ajenas y pactos con el diablo. Trenes vertiginosos que nunca pasarán por esta tierra y una murga de los currelantes que nos dejó a todos -"ramones", "caciques" y "currelantes"-, con una sonrisa en los labios. Esa fue la magia que quizá le pasó por debajo de la mesa su amigo Paco Mago sin necesidad de filosofías zen: descubrir a cada cual y no morir en el intento.
Por la mirada de Víctor, supimos que esta ciudad soñó durante unos días; que abrió sus ojos a la esperanza y quiso cambiarse el vestido; que extendió una rosa roja en su almohada y que sonrió con el color verde de los mil poemas de Valorio; que besó con besos falsos en nombre de la falsa independencia y que hoy saludamos a una alcaldesa guapa y sin consenso, que nos cae bien aunque se perfile los labios por fuera y no lo necesite.
Lo de después, la noche al pie del Duero con ese olor a río que es el olor de todos mis veranos; el puente apagado; la Catedral encendida; la sonrisa bendita de Javier a mi lado; el amor transparente de Alberto y Noelia, el curso que no podré hacer con Jose por adelantarme unos años naciendo o la mini lluvia de pétalos de manos de Víctor al pie de donde estuvo la carpintería del señor Franco, me la guardo porque es de las cosas que necesito llevarme en la mochila antes de bajar a la orilla de mis soledades. Porque es mi mirada hacia dentro.
Pero me llevo la mirada de Víctor y al menos sé que esta ciudad se hizo carne y alma; que la piedra quedó desterrada mientras duró el sueño. Que todo pasa y todo queda, pero lo nuestro no será nunca pasar sin más.
Y sé también que aunque sea el más vago de los currelantes de esta fábrica, es el más soñador. Desde sus ojos oscuros. Desde su mirada clara.