(Con el paso del tiempo nos aprendimos sus caritas, sus nombres. Aprendimos a quererlos y a esperarlos, manteniendo viva la débil llama de la esperanza que sostenía en pie a su madre. Pobre madre. Hoy sólo queda dolor, certeza, impotencia y rabia, mucha rabia. Esta columna está en 'borradores' desde el día después de que desaparecieran Ruth y José. Entonces no la subí al blog aplicando esa presunta inocencia en la que no creía. No publicarla era un pulso que le echaba a Dios. Y lo he perdido)
Miradlo bien. Es una mala bestia. Ni eso, porque las bestias del campo defienden a sus cachorros de todo mal. Porque las bestias cuidan de su prole y sacan las uñas ante quien las amenace. Se supone que es un padre, aunque la palabra le viene muy grande. Quizá sea también un asesino. El asesino de sus hijos, de los pequeños Ruth y José, cuyos rostros conocemos por las fotografías que difunden los diarios.
No puedo contemplar sus rostros sin vergüenza. Por lo que somos, por lo que podemos llegar a ser. Mala bestia. Me da vergüenza esta especie humana. Pobres niños. Pobres inocentes de la demencia de los adultos, del odio. No puedo ver la promesa en sus caritas, el futuro cercenado, la inocencia, el olor a suavecito de su piel. Hay que ser mala bestia para hacerle daño a un niño. Porque los niños son lo más frágil de esta sociedad tan sin médula que tenemos. Lo más puro.
No puedo casi escribir. Me da vergüenza. Y me hierve la sangre. Mientras yo hago que escribo, la Policía -que ayer escarbó con sus manos la tierra-, hoy los busca en el agua. En las aguas del Guadalquivir, el río altivo de los Omeyas. En las aguas de los misterios, de los secretos. En las aguas enamoradas de la vida. Ya sin vida, ya sin promesa, ya sin futuro. Muertos, quizá, a mano de su padre, de esa mala bestia que aparece en la foto. Presunta mala bestia. Hay que joderse con el 'presunto'.
Nunca he entendido a aquellos -hombres y mujeres- que utilizan a sus hijos para hacerle daño a quien un día compartió techo, sábana y vida con ellos. Miradle bien. Es una mala bestia. Y si los hechos y el tiempo demuestran que no, Dios me perdone por prejuzgar a un inocente y sea la alegría en esta fábrica sin sueños. En mis palabras va la culpa sin disculpa. Y celebraré la vida de esos dos niños cuyas fotos no puedo mirar sin vergüenza, sin ternura, sin un dolor hondo, como si fueran también parte mía, sangre de todos.
Pero si no fuera, si se confirmase esa condición de mala bestia, que a esta mala bestia no lo redima ninguna locura. Que a esta mala bestia no lo perdone ni el cielo ni la tierra.
Ni el cielo ni la tierra. Nunca. Porque los niños son la sonrisa que mueve el mundo. Y el mundo se detiene allá donde Ruth y José cerraran sus ojitos, aún despertando a la vida.
(Descansad, pequeños, en la paz que os robaron; en el abrazo del Dios en el que creo)
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