miércoles, 31 de agosto de 2011

Ha naufragado el aire (Ay, Vaporcito del Puerto)


Ha naufragado el aire. Así cuenta mi amigo Jaci, un flamenco muy cabal, el hundimiento del Vaporcito del Puerto, bandera y símbolo de la Bahía gaditana.

Ha naufragado el aire, posando en el fondo del Atlántico el corazón de la vieja Gades y es como si un pedazo de mi propio corazón se hubiese hundido con ese Vapor. Ese barco flamenquito y pinturero con nombre de emperador romano, que une Cádiz y El Puerto, surcando las aguas de la Bahía como sólo supo cantarlo el gran Paco Alba por boca de unos hombres del mar en un pasodoble que hoy, a la vuelta de los años, es el himno del Carnaval, la religión que profesan los gaditanos y me remite a tantas gargantas rotas, a tantas noches de febrero, a tanto levante y poniente, a tanto Cádiz por los cuatro costados.

Ha naufragado el aire, y me falta el mismo aire para escribir. Me duele el aire.

Ha naufragado el aire, que duerme ya en las aguas atlánticas que acunan la Tacita tres veces milenaria.

Ha naufragado el aire, y en el aire queda mi corazón a la deriva, hasta que resucite, blanco y orgulloso, entre las olas.


(Mejor, escuchadlo en las voces de Los Hombres del Mar, del gran Paco Alba)

(La foto, como siempre, de Manué. Cádiz a sus ojos siempre es más hermosa aún)

martes, 9 de agosto de 2011

Carta a una mujer valiente


Tendrá todo el amor de su madre, y de la madre de su madre, y de la hermana de su madre, y de todas las que queremos a su madre, y a la madre de su madre, y a la hermana de su madre.

Llegará, mujer entre las mujeres.

Vendrá porque se la espera. Porque tú te mereces su futuro entre los brazos. Porque ella se merece una madre como tú; y una abuela como tu madre, que ha sido una leona para tirar de sus cachorros, dejaros volar y trazar vuestros propios caminos.

Será rica en caricias, en abrazos y besos, que no se pueden comprar con todo el oro del mundo, ni tampoco se venden. Ni falta que hace.

Anda aún madurando en el vientre, redondeándose, nadando entre las horas, desandando los dos meses que faltan para asomar al mundo, y ya trae escrita la victoria de la vida, el nombre de Valeria, la sonrisa de los que le esperamos, el epílogo de una historia de amor contada a la manera antigua, en la trastienda, con el final infeliz de los cuentos infelices, pero con la promesa gozosa de todo lo que empieza, el regalo maravilloso de todo lo que nace. Es tuya. Es nuestra. La queremos. La queremos a rabiar.

La veremos crecer, le arroparemos incluso en la distancia; contaremos estrellas y se las coseremos a las sábanas, seguiremos sus pasos, le guardaremos las espaldas. Aprenderá a decir 'mamá' y entonces se iluminará el mundo y tú nunca estarás sola. Nunca.

Gracias, Sheila, por tu valentía. Gracias por decir que sí, por la dulce espera, por la promesa.

Gracias por la vida.