lunes, 18 de octubre de 2010

Te necesito lejos


Te necesito lejos para quererte tanto, para seguir queriéndote como se quiere todo lo que no se posee. Para desearte como yo te deseo, como yo te evoco, como yo te veo: abierta de brazos, con el Atlántico disfrazado de verano en los noviembres de Tosantos, con tus nardos de octubre, con tus cielos rotos cuando escampa sobre la tierra y diluvia sobre el mar, con los vientos aprisionándote, con los versos de febrero contra la madrugada, con la luz última sobre las azoteas, haciéndote pequeña en el retrovisor, inmensa en mi alma.

Te necesito lejos para amarte como yo te amo, como se aman aquellos que se ven a escondidas y se entregan con la locura de devorarse, de destrozarse de amor por si no hay una próxima vez, con la urgencia de descifrar hasta el último poro, por si no hay más besos, más lenguas, más sábanas, más noches, más lunas.

Y cuando te echo de menos es cuando me siento dichosa de llevarte dentro, como si te hubiese parido mi propio vientre hace tres mil años, como si aquel maremoto que te zarandeó hubiera sido la impotencia de no tenerte, la maldición de no saberte, de vivir encadenada a dos tierras, de no alcanzar con los ojos allá donde siempre llegan mis sueños, de querer borrarte para no soñarte más, para no amarte más, para no tenerte nunca, como si nunca hubieses existido.

Porque yo te amaba cuando me desgastaba por tus empedrados con un amor falso que no dolía, sabiéndote mía bajo mis pies, abarcándote con los ojos frente al mar, la cúpula coronándote, las gaviotas en vuelo, la inmensidad de lo azul, el invierno encabronado en grises. Porque yo te amo ahora, cuando cierro los ojos y te acaricio entera, sin fisuras, con la herida de los kilómetros que se clavan como cristales afilados en mi estómago, uno a uno, hasta desandar el Camino de la Plata que siempre me conduce a tu abrazo. Y siempre me sabes a poco, y siempre quiero más.

Porque yo te beso igual que te lamen las aguas, en silencio, y siempre regreso, como las mismas aguas, para seguir echándote de menos, para seguir amándote como te amo ahora, como te amaré ya siempre, llena de ausencia, llena de ti; para seguir escribiendo en mañanas de octubre anodinas, como esta mañana de hoy en que el otoño se posa tierra adentro y caen amarillas las hojas y siento el desgarro, el gozo de no tenerte y de saberte siempre conmigo, encajada entre mi carne y mi ropa, incrustada en mi estómago, con tu nombre escrito en las venas, en los ovarios, en los pulmones, en los ojos, en los latidos: Cádiz. Mi Cái. Siempre mía, porque no te tengo.

Y desayuno cada día en la taza de los siglos, y bebo los vientos por tus esquinas. Te necesito lejos para seguir empapándome de amor.



(La foto, cómo no, es de Manué. Cádiz en azules, tremendamente hermosa)