jueves, 23 de septiembre de 2010

Guardiana de las tres letras





















Hace dos años y pico la vida decidió sonreirme en el poso de su sonrisa. Tan pura, que a veces parece cristal, berrendo en transparencia. Tan frágil que a veces se rompe como todo lo que se lleva el viento. Tan fuerte, que parece también esculpida sobre la piedra dorada de Salamanca. Tan infantil, que cuando ríe es como si un ejército de niños coreasen al mundo su alegría. Tan madura, que cuando despega los labios, es como si los siglos se rescolgasen de su boca para coser las palabras. Tan de verdad, que a veces me da miedo cerrar los ojos por si un día dejo de soñarla.

Hace dos años y pico se posó en mi vida como un abrazo que abriga pero no aprieta, con el invisible hilo que ata pero no aprisiona, con esa sonrisa que a veces ilumina todas las estancias de mi vida. Leve como el albero que pisan los toreros, eterna como un lance mágico revoleando los vientos. De una sola pieza, como los bloques que paren a golpe de cincel las canteras, como las cosas que se dicen y que no se dicen, como los nombres que pronunciamos en voz baja. Clara como una luna de estío; cantarina como el curso del Tormes cuando se detiene bajo los puentes para ser espejo de las cúpulas y los campanarios. Sólida, como los dolores que se mastican en silencio cuando nadie nos contempla. Hermosa como todo lo que no tiene tiempo. Tierna como el pan recién cocido, cálida como el vientre acuoso de las madres, como las madrugadas de confidencias sin horas, como los amaneceres atlánticos al sur del sur.

Ella es Ana. Tres letras, un capicúa, dos sílabas, un mundo que habita en mi mundo, un cante antiguo, la garganta rota, el corazón colmado, un latido en la caldera de esta perezosa fábrica de sueños que apenas tiene tiempo de soñar.

Y así la quiero siempre: generosa, buena, bañada en luz, guardiana de las tres letras donde se redacta, de poder a poder, toda la alegría.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Inventando un doce de septiembre

Todos, alguna vez, hemos sentido un once de septiembre en las entrañas, en el pecho, como si bajase fuego por el esófago incenciándonos, desmoronándonos, pulverizándonos, haciéndonos nada, ceniza y desgarro. A todos, alguna vez, se nos han vencido las tripas y el alma como si fuesen dos gigantes pasados a queroxeno y muerte por el impacto de un avión con nombre de deseo y maldición, un tsunami por el aire, con el desamor en el fuselaje y la soledad por combustible.

El mundo sobrevivió al once de septiembre que hizo saltar en pedazos su corazón con la ley del terror por bandera. Y nosotros, todos, sobrevivimos a nuestros onces de septiembre de andar por casa, los de noviembre, los de febrero, los de abril, poniéndonos en pie como colosos de acero y hueso, inventando doces de septiembre sobre los que erigir nuestro mundo de puertas adentro, desafiando a las leyes de la gravedad y de la memoria, mirando hacia lo alto, el puño en alto, el corazón en alto, la sonrisa por el aire, quemando en las calderas de una fábrica de sueños cada once de septiembre de nuestra vida como si sólo fuera eso: un mal sueño que nunca debimos tatuarnos sobre la piel.

(Y esto, en este doce de septiembre que ya despunta, va por tí, que anoche me pediste que soñase).