sábado, 24 de julio de 2010

Claudio


Poco han cambiado las cosas, Claudio, en estos once años de ausencia, aunque tu palabra está viva en la piedra, en el surco, en la sonrisa de Clara, en el agua duradera de esta ciudad que te dio la luz, la claridad primera que siempre viene del cielo.

Julio continúa posándose como un puño de acero sobre los tejados y las torres, como aquella mañana capicúa en que atravesamos contigo el puente y el Duero detuvo su cántico bajo nuestros pies como si ahí mismo se acabase el mar. El día del brindis último, que siempre es el penúltimo, en Los Pelambres, con la media azumbre de lo eterno en tu copa y la tierra zamorana envolviéndote en su vientre, junto a la fuente y el ciprés.

Aquí, Claudio, en la tierra, los niños aprenden tu nombre en las escuelas y tu verso abraza al mundo cicatrizando lo infinito de tus ojos.




(p.d. Hace once años, el 22 de julio, moría en Madrid el genial poeta Claudio Rodríguez, a quien tuve el privilegio de conocer y querer desde niña. Lo enterramos con dolor y esperanza, pero su verso sigue vivo, eterno, sin tiempo. Ayer le dediqué ésta en mi periódico. Gracias, Claudio, por tu palabra. Gracias por tu vida).

domingo, 11 de julio de 2010

Las puertas de la alegría

Como quien necesita purificarse he vuelto al sur a bautizarme como si fuese por vez primera en su luz impaciente, en sus encalados insultantes de puro blanco, en los geranios que se abren en sangre sobre las macetas, en el calor que rezuman las piedras cuando cae la noche y el aire se perfuma de deseo.

Necesitaba el sabor salado de las aguas, la humedad en los poros, el beso de los vientos, las puestas de sol que hieren de naranja y oro, las madrugadas como promesas hacia la claridad que no cesa, que no se detiene. Y ahora, aquí, en este tren de alta velocidad que devora kilómetros más deprisa que mis palabras, este tren que se detiene en Córdoba para surcar sin permiso el vientre de la novia de los califas,cierro los ojos y desando los pasos hasta la arena y la roca, hasta el beso y la sábana, hasta el pasado que se desdibuja sobre la cúpula amarilla que domina el Campo del Sur, hacia el misterio que se conjuga en tus labios desconocidos, en el precipicio del abrazo, en el código de barras de tus dedos.

Y pienso, y te pienso, y te nombro en voz baja. Y no miro hacia atrás porque el futuro nunca se asoma a los balcones de lo ya vivido; porque la vida no camina jamás sobre los pasos que ya imprimieron huella en el corazón y en el vientre. Y regreso del milagro encendida en luz, ignorando que en mis carnes hubo una vez una herida, y abro las puertas, de par en par, a la alegría.

(Escrito tan deprisa como este tren entre Málaga, Córdoba y Madrid, una mañana de domingo en que el sol todo lo devora)