martes, 16 de febrero de 2010

La Caja de Pandora

Hoy, por fin, he abierto la Caja de Pandora, desgranada en un puñado de cajas que dormían apiladas en una de las bodegas del caserón. Casi dos años después me he dado cuenta de que echaba de menos algún libro, alguna copla, un par de cedés de clásica, algún retazo de mi vida en foto y agendas incompletas que nunca más he de rellenar.

Hoy he abierto las cajas en las que comprimí mi penúltima vida. No lo hice antes por miedo, por agotamiento, por debilidad extrema, por un rechazo frontal al dolor que producen los recuerdos, como si el poso de mi vida pasada estuviese en esas cajas y no fuera, machacándome las sienes noche tras noche hasta que conciliaba el sueño.

Y ahora que las he abierto sé que, aunque aún me tiemble el cuerpo, he dado un paso adelante, como si en el interior de esas cajas se escondiese la luz, sin yo saberlo.

En mis cajas de Pandora está escrito el camino hacia la libertad de mí misma, la sonrisa sobre mis propias sombras. Y hoy, por fin, las he abierto.

martes, 2 de febrero de 2010

Dos de febrero


Hace treinta y nueve años. Yo no me acuerdo, porque apenas tenía un año y nueve meses. Dice mamá que hacía un día como hoy, soleado y con el cielo azul rabioso, cuando abriste los ojos a la vida. Esos ojos donde siempre encuentro complicidad y ternura, esos ojos que nos recuerdan que somos hermanos de sangre y de muchas más cosas.

Anoche rebusqué en los viejos álbumes de fotos para tomar prestado algún retazo de nuestra vida y traerlo a la fábrica. Como eras el tercero, te llevaste la peor parte, pillaste la cámara perezosa. Un bebé envuelto en una toquilla blanca en brazos de su madre flanqueado por sus dos hermanos que lo contemplan acostumbrándose a su carita. Tres niños rubios que miran a la cámara en la playa de Sanabria, Rocas Negras al fondo. El más pequeño, un tirillas en bañador, siempre acurrucado en el regazo materno, siempre sonriendo, iluminando los paisajes de la infancia, aquellos veranos maravillosos a orillas del lago, los otoños en El Castillo, los inviernos cogiendo musgo para el Nacimiento en Valorio, los cumpleaños de febrero, abril y junio. Sonriendo con esa sonrisa que me insufla alegría cuando falta mi sonrisa. Esa sonrisa que nos recuerda que somos hermanos.

Hace treinta y nueve años y yo no me acuerdo, aunque dice mamá que era un día como hoy. Y anoche, mientras pensaba palabras que regalarte y optaba por repetir esta foto en la que estamos tan feos (y medio 'chupados' o 'chupados' y medio) pero que tantas cosas me dice, releí las palabras que te regalé hace un año mientras pensaba que hoy escribiría las mismas, letra por letra, punto por punto, y así hasta el último de mis días. Y volví a emocionarme en esta mañana de febrero, dos de febrero, con sol y cielo azul, en que sigo agradeciéndole a la vida el regalo de tu presencia, tu luz, la infinita claridad de tu sonrisa.

Gracias, querido hermano mío, por tus treinta y nueve años a mi lado.

(Y ahora, a preparar la versión 4.0, que no es tan mala)