lunes, 25 de enero de 2010

A cadena perpetua


Un año y un día. Hoy hace un año y un día que su hija salió de casa y no volvió. Iba a ver al Cristo de las Tres Caídas y en el camino, sin saberlo, hizo suya la Cruz, ascendiendo a un Gólgota erigido en el aire, nazarena de enero rumbo a la muerte.

Hace un año y un día la rutina se convirtió en mortaja; la duda en presencia; el dolor en la sábana de todas sus noches. Entonces, las aguas del río Guadalquivir amordazaron sus esperanzas y la basura revuelta de un vertedero encadenó su voluntad a la tierra, para no mirar más el cielo, para no tejer más amaneceres en paz.

Hace un año y un día la familia de Marta del Castillo fue condenada a cadena perpetua por un asesino sin estrenar los veinte años, como antes lo fue la de la niña Mariluz, como antes lo fue la de la pobrecita Sandra Palo, como antes lo fueron todas aquellas que han perdido a sus hijos con el corazón hecho jirones y las tripas revueltas de rabia.

Unas murieron en el filo de los celos que entraña el amor podrido. Otras, por la mano enferma de una mente enferma; otras por el simple hecho de estar en el sitio equivocado. Unas murieron a manos de menores como ellas, de jóvenes que aprendieron el código de la violencia y de la sangre sobre el folio en blanco de una víctima inocente.

Hoy hace un año y un día que su niña no volvió a casa, arrasando como un tsunami la vida. Y mientras este país no sepa qué hacer, cómo resolver el abismo penal que devuelve a la calle a los asesinos de sus hijas, la familia de Marta y de todas las Martas con distintos nombres viven condenados a la cadena perpetua de la impotencia.


(La imagen es de Sevilladiario.com)

jueves, 21 de enero de 2010

Cuna de la alegría


Existe una ciudad que espera la madrugada cantando, que cantando espanta sus penas para ser cuna de la alegría, tacita de plata donde beben los dioses más profanos. Una ciudad que se deja acariciar el vientre por los vientos, amasando su métrica caprichosa con la luna de febrero en las noches húmedas de relente y borrachera, la iglesia de La Palma al fondo, la piedra ostionera desgastada, abrigada en la sábana de la libertad y el verso.

Por la boca de Juan Carlos, el poeta maldito que bendijeron los dioses, aprendí a amarla como se ama cuando no se ha amado nunca; a descifrar sus losas y los pies descalzos de los niños, la vida que se esconde tras los muros y más adentro, los recovecos del aire por las esquinas, el azote del levante en la playa, el milagro del sol sobre el agua. Y fueron las manos atadas de unos condenados las que me ataron el corazón a sus coplas, y fueron unas alas negras las que levantaron mi alma para sobrevolar por sus entresijos como una lengua llena de deseo. Y fueron unos parias los que me tejieron la manta y la azotea; unos indios apátridas los que me dictaron que aquella tierra era también mía y unos inmortales sedientos de sangre y poesía los que me insuflaron sangre atlántica para que nunca se me olvidase el sonido de las aguas cuando rompen en la arena, noche tras noche, acunadas en el deje antiguo de un Carnaval desde la otra orilla.

Existe una ciudad que se despereza cantando cada día, que vive dormida, que sueña despierta, que me ata con cadenas invisibles, que dispara gargantas cada noche al abrigo de unos ladrillos colorados que son como un templo cuando Cádiz amanece cantando, cuando se pone en pie contra el alba.

Y ahora, aquí, tan lejos, cierro los ojos, aprieto los puños y huelo el mar, que sólo huele así en las noches de regreso, y recito su vaivén como un padrenuestro sin guión y canto con ella en voz baja, desgastándome en cada latido de pura ausencia, mientras la madrugada me sorprende con el estómago en un puño, los ojos cosidos a mi ordenador, la sonrisa encendida y la emoción destilada en agua y sal. Es entonces cuando sólo quiero ser agua y sal para volver a abrazarla, para esperar cantando junto a ella a que llegue el día.

(Y mientras pido perdón porque no recuerdo de dónde mangué la foto, me grabo en las tripas estas Noches de Bohemia y escribo y escribo, quizá porque a Juan Carlos Aragón nunca le dí las gracias por tanta pasión, por tanta música, por tanta lucha, por tanta belleza)

jueves, 14 de enero de 2010

A la tierra se le abrieron las carnes


A la tierra se le abrieron las carnes en Haití. Harta de miseria, de niños sin esperanza, de jornaleros convertidos poco menos que en esclavos, de pobreza y olvido, la Madre Naturaleza asestó el puñetazo definitivo en la mesa, la puñalada en los ojos, para que volviésemos la mirada a esa isla hoy reducida a polvo y escombros, a terror y desesperanza.

Hoy conjugamos su nombre en miles de muertos, jugamos a la solidaridad para lavar las conciencias allá donde siempre llueve sobre mojado. Polvo sobre polvo, dolor y más dolor. Mientras, Haití llora y se desangra, cabalga sobre la muerte y el cielo raso y reclama, desde los cascotes de su tierra herida, la dignidad y la esperanza.

Para que nunca se le abran las carnes por la inmundicia de su día a día. Para coser las heridas. Para aligerar el peso de cien mil almas dejadas de la mano del hombre, si no de Dios.

(La imagen es de aquí)

miércoles, 13 de enero de 2010

13 de enero



...Y el mar borrará nuestros nombres, como si nunca los hubiese pronunciado.