Hace tiempo mi amiga Rosa, cañera y peleona, dijo que debería tener un blog. Después, Javier me pidió que no hablase de toros ni de Semana Santa: ni cuernos ni caperuces. Entre medias, he leído miles de entradas, palabras de amigos y de miles de desconocidos que cuelgan los pasos que andan y desandan. He leído también miles de respuestas geniales, descabelladas, tiernas, entre líneas, como un escaparate de lo pequeños que somos perdidos entre tanta gente. Y hoy estoy aquí; escribiendo sin releerme en esta fábrica de sueños. Os lo confieso: el título no es mío. Me lo dictaron una noche al oído y yo me lo guardé.