martes, 20 de mayo de 2008

Davinia contra los gigantes

Existe una promesa, una flor tostada abriéndose a la vida donde vamos depositando nuestros secretos, nuestras noches, nuestras alegrías y las miles de puntadas que hemos decidido dar por la vida bajo el abrigo de la amistad.

Existe la mirada limpia que apunta hacia el futuro, el perfume de la lealtad en sus gestos, la fuerza de los pocos años, la valentía de los que quieren de verdad. La maraña oscura de su melena generosa, su pasión gatunera sobre la colcha de la cama, la sonrisa sin pliego de condiciones, la timidez que de cuando en cuando asoma a su rostro como si tuviese que esconder la rabiosa belleza que atesora de dentro hacia afuera.

A veces, cuando la miro, siento sana envidia de no corretear por la vida sin peso en la mochila. Y tengo la sensación de haber sumado muchos años sin darme cuenta de que todo lo que iba dejando atrás, de todo lo que iba quemando, de todo lo que pasaría a ser sólo memoria sin proponérmelo. Y me encantaría encontrar el punto de inocencia, la frescura de los besos que dejé sin dar, la ternura sin malear que aún ondea por sus pestañas, la brisa que la acompaña allá donde va sin que ella se percate.

Es Davinia, que cumple hoy dieciocho años. Podría ser casi mi hija, pero forma parte de los ilustres soñadores que viven en mi corazón. Llegó, nos dejó sus rosquillas, lloró con nosotros a su gatita, se quedó, anduvo en vela la noche que Zamora no se convirtió en una rosa roja y atravesó su mayoría de edad de nuestra mano la noche memorable en que Zamora quiso ser un corazón traspasado.

Nuestra Dukesita cumple hoy años. Llego por los pelos, pero llego. Le debía este regalo desde que un día la ví ponerse en pie y alzarse como David contra Goliat. Davinia contra los gigantes. Davinia luchando entre molinos de aspas hirientes como filos de espadas, como puñales en lo alto. Davinia salvando la decepción de las traiciones, Davinia sonriendo entre los árboles de Valderrey.

Se lo debía por la emoción primera de abrazarse a las mismas andas, por las noches de primavera en que esta tierra acompaña a Cristo a la Cruz, por las losas perfumadas de tomillo que pisamos juntas, por su silencio cuando necesitaba silencio y por su compañía cuando necesitaba compañía. Y te quiero, Davinia, porque pusiste tu voz al servicio de la mía cuando decidí callarme. Por tu dignidad, por ponerte en pie para lavar las heridas que otros me infringieron en una guerra que no era la tuya. Y sobre todo, princesita, por recordarme cada noche que hay una ventanita abierta donde no todos los ojos duermen.

Que cumplas muchos más, Davi. Nos encanta verte crecer.


(Foto Jose Pascual)

miércoles, 14 de mayo de 2008

He vuelto, o eso creo

Pues aquí estoy. He vuelto, o eso creo, pero entraré de puntillas porque ahora sé que tengo la fábrica llena de ocupas y no quiero despertaros. He vuelto igual que vuelve el agua a lamer las orillas; igual que vuelve el sol de tormentas después del frío. Igual que vuelven los trigos a los campos y la paz después de los temporales. Sobre mis sábanas huele a tierra húmeda.

He vuelto porque una noche de risas transparentes se lo prometí a Davinia y a Luis Fer, soñando soñando. Porque le dije a Félix que me sentía en deuda y sigo pensando cómo desenredarle las canas en el alma. Porque Tere me dijo que seguía esperando. Porque cuando estaba a oscuras encontraba el farol de Alberto. Porque los caldos y pócimas de Manolo me resucitaban el alma, o quizá eran sólo gin tonics vaticanos. Porque me sonrojan casi cuarenta entradas sin respuesta y aunque siga sin carbón para las calderas de mis sueños tenía que venir. Quería veros, qué coño.

No me he molestado en mirar el calendario. Se lo prometí a Darío una noche en que su sonrisa me llegó desde Argentina. Me lo prometí a mí misma cuando leía los mails de Guarismo, cuando Skunkita compartía sus primeros pasos por el amor conmigo, cuando veía los sms desde Salamora que me hacían sentir como una niña que se hace de rogar antes de tocarle a los vecinos del quinto una sonatina al piano.

He vuelto porque guardo la sonrisa más hermosa del mundo en mi primera hoja del calendario como si fuese un santo al que rezar todos los días. Porque Alvarito me ha enjugado tantas penas caminando que ya es hora de que abra la mochila de la alegría. Porque he dejado que la primavera tome por asalto Valorio. Porque el médico del alma me recetó volver cuando quisiera y mientras se llevó rosquillas al blog donde tienen nombre los días. Porque apareció Concha como un torbellino de viajes y proyectos y siempre me dejaba la puerta abierta.

He vuelto porque acabo de ver la firma de Manu estampada casi al lado de la de Mara, que es soñadora como yo, y nunca pensé que un día atravesasen estas puertas y derribásemos sin darnos importancia pequeñas murallas que levantábamos en la ciudad donde todos se reconocen pero pocos nos conocemos. Porque Marta me devuelve desde Lecce un Cái postizo a la manera italiana para remendar los agujeros de mi nostalgia. Porque Víctor sigue poniendo adoquines para que pisemos por sus calles. Por los que han entrado y han estampado su huella.

Poco ha pasado en este tiempo, o mucho. Enterré con un dolor que aún duele a mi Michu en la tierra rojiza de la finca de mi tío Lili. Llovía. Yo me acordaba del funeral de tercera de Mozart, qué cosas. Era Lunes Santo, el día de la Despedida en Zamora. El día en que florecen cardos a los pies del Cristo de los Doctrinos. Llovía porque lloraban los gatos buenos del paraíso gatuno.

Encontré una michu callejera, rubita y de morro rosáceo que dormita sobre mi regazo llenando de pelos blancos mi ropa negra mientras escribo esto. El día que me la traje a casa, sabía que era su casa. He llorado lágrimas de sangre y de azúcar; he tropezado contra mi soledad y me he levantado aunque de vez en cuando detenga un poco el paso y sienta como un zarpazo la caricia perdida del levante y el poniente sobre mi alma. Te echo de menos.

He cumplido años y he brindado por ello. Tuve calas blancas en mi correo el día de la celebración. He visto nacer a dos gigantes a orillas del Duero, he cerrado mil veces los ojos para oler a mar, para escuchar el mar, para beberme el mar. He visto películas por los ojos de Ricardo y paisajes de colorines en los confines de Fanny. He paseado por el alma de Ana. He cantado a los pies de la Lolita por las parituras azules de los ojos de Antonio.

He pasado noches en vela sin sueños y días durmiendo para que pasasen prontito y pesasen menos sobre la almohada. He regalado sonrisas. Le he rezado a todas mis Vírgenes y me he encabronado con la vida el día que le rebanaron a Amelia uno de los pechos que sirvió para amamantar a sus hijas. El puto cáncer, que no merma la luz de sus ojos insultantemente verdes. La puta vida.

He pasado por alto ferias y toros con los pies pisando mi tierra zamorana y el corazón de viaje hacia el Jerez de palmeras y bodegas, calor compacto, albero caliente y palmas por bulería. He pasado tardes enteras viendo el sol esconderse tras el castillo de San Sebastián porque Manolo me regaló la Caleta para mí solita. He pisado las arenas tras el simpecao de la Tacita porque en su carro iba prendido un pedacito de mi alma.

He acumulado horas de radio y de tedio, reencuentros y despedidas, soledades y compañías, noches, días, lunas, soles, lluvias, y nunca me decidía a volver porque sentía, y lo sigo sintiendo, que esta fábrica ya no era mía. Sóis vosotros los fabricantes de sueños.

He vuelto, o eso creo. Sin respuestas, sin sueños en la recámara, sin saber siquiera si mañana me sentaré e intentaré poner en marcha los motores de esta factoría donde los sueños tienen nombre propio, treinta y tantos requerimientos y una paciencia que no me merezco. Debería pedir perdón por la ausencia.

Y no tengo palabras para dar las gracias por la espera, por la emoción de esta fidelidad en tiempos de crisis de la patronal de las alegrías. Sigo desbordada, sigo paseando por vuestros sueños a ver si me topo con los míos. De momento, aquí estoy.

Seguid soñando, que me quedo. Mil besos.