miércoles, 19 de septiembre de 2007

Bienvenida, pequeña Leonor


Pequeña Leonor: Asomaste las orejitas al mundo el lunes, el mismo día que tu tía-abuela-madrina, de la que también tomas el nombre. Cosa que me alivia, porque no terminaba de creer que a tus padres, siempre tan anárquicos, tan a su santa independencia, les hubiese dado un arrebato monárquico a la hora de ponerte nombre. Un nombre precioso, que me remite a la brava e inteligente leona de Aquitania, madre de un Corazón de León y reina por partida doble de trovadores y bardos; emisaria de libertades y prisiones. Leonor; que suena a limpio, como un manantial de agua brincando de piedra en piedra.


Llegaste deseada desde el joven vientre de tu madre, arribando a ese puerto de secano que es Madrid, con tu sangre dividida entre amores de ida y vuelta, de Cádiz a Zamora y de Zamora a Cádiz, que es donde te llamará la voz de la tierra y de los ancestros; esta tierra de diques y embalses que quedaron para siempre en blanco y negro en la cámara prodigiosa de tu bisabuelo. Y también la hermosa Salamanca, donde reposan las raíces de tu tronco materno. Y pasarás los febreros locos por el barrio de la Viña ardiendo en coplas y papelillos mientras ronronea el Atlántico comparsas en La Caleta y olas rebeldes por el Campo del Sur de retirada allá donde desemboca Arricruz; y vendrás a desayunar churros y aguardiente los Domingos de Resurrección al patio de mi casa, después de aprender penitencias y procesiones, chapurreando las primeras jotas, preparándote para las romerías de la Pascua y todas las alegrías que hayan de venir cuando te pongas en pie y camines por tí misma. Sosteniendo en tus manos minúsculas todas las primaveras en casa de María y de Jandro.


Te contaré algún día que la boda de tus padres fue una fiesta a caballo entre todo lo que queremos, entre este norte y sur que nos cosen el alma por inexplicables lazos a tu familia y a la mía. Desde las gaitas alistanas y los charros que cantamos en la iglesia hasta la madrugada clara y veraniega en que cantamos por carnavales y el "Vaporcito", que es como un himno profano "de vellito" para todo el que pisa en la Gades tres veces milenaria.


Te cantaré una nana de Ribadelago para que no se te olvide la voz mágica de los siglos desde la cuna. Sábana bendecida en la memoria de las ancianas de pañuelo negro guardianas de los secretos del Lago. Y dejaré que tu sonrisa nos acaricie a orillas del mar como si fuese viento de levante, inundando de ternura toda la playa de la Victoria, desde Cortadura hasta Puerta de Tierra. Como si fuese parte de ese Duero eterno que baja a morir a esas mismas aguas rebozado en la piedra de nuestra Zamora.


Bienvenida a nuestro mundo, pequeña Leonor.

martes, 11 de septiembre de 2007

Tierra de gigantes

Zamora se pobló en septiembre de gigantes que alzaban sus sonrisas de cartón piedra y barro por encima de nuestras cabezas. Los niños se admiraban y bailaban a su son entre atemorizados y sorprendidos. Las calles se perfumaron con el charro añejo de El Ramón, el Turco, el Abuelo y la Negra. Los cuatro puntos cardinales de nuestra infancia. Los cuatro puntales que sostenían nuestros miedos en las alturas cuando precedían a la Custodia en el día soleado del Corpus.

Gigantes que izaban el sol como una bandera sobre la mañana de un domingo cualquiera, recordando que esta Zamora pequeñita es siempre tierra de gigantes. Gigantes que sobrevivimos entre gigantes de pies de barro que se nos vienen encima a su antojo. Gigantes que intentamos mantenernos erguidos entre gigantes sin alma cuyas urdimbres manejan los hombres a su antojo mientras empuñan el cetro de la cerrazón.
Y contemplando su danza anoté que el día a día en esta ciudad de piedra y silencios es tarea de gigantes.


jueves, 6 de septiembre de 2007

Caro, grande, bravo Luciano

Hay una voz cálida que resguarda mis sueños desde niña. Un soplo de aire de la Toscana que aliña con el dulzor de Módena mis primeros recuerdos, las estancias de esta casa llenas de música.

El gran Luciano. El príncipe Calaf anunciando el amanecer desentrañando los acertijos de Turandot, la malvada princesa. El agudo más puro y esplendoroso, aunque los puristas nunca le perdonasen aquel devaneo a partes iguales con José Carreras y Plácido Domingo. Yo sí, porque ha sido el más brillante, el más rotundo, el más mágico. Porque descendió la ópera de los escenarios restringidos y la paseó de la mano entre los de a pie. Porque llamaba con su timbre único a las puertas de mi alma. Porque poseía la magia, el chorro inconfundible, el tesoro de la voz apresada siempre entre fulares para que no la rozase ni el aire. Poderosa, preciosa, con nombre propio.

Y esta fábrica, donde no se guardan minutos de silencio, hoy sueña pentagramas en la voz de Pavarotti. Caro Luciano, Grande Luciano, Bravo Luciano.