miércoles, 27 de junio de 2007

La mirada de Víctor

Víctor tiene los ojos oscuros y la mirada clara. Los párpados a media asta y las pupilas en vigilia permanente. Víctor se hace el longuis y contempla desde su mundo nuestro mundo y se ríe abiertamente. Y lo pinta de sus colores, y nos los entrega más llevadero, más friki, menos sucio, más habitable. Y nos descubre que a este lado del objetivo hay otro mundo que no acertamos a descifrar sin el tamiz de sus pestañas largas.

Víctor es el obrero más vago de esta fábrica -no deja unas letras así lo maten-, pero a cambio nos regala su mirada sobre las cosas. Sobre las muchachas guapas que encuentra en las fiestas de los pueblos: sobre la tortilla y la cerveza que hemos compartido tantas veces; sobre nuestra pasión por las pasiones del norte y del sur; sobre el valor de la amistad como el primer mandamiento; sobre la belleza de la noche posada en la piedra de Moreruela; sobre la sonrisa de los campos cuando pasa nuestra Patrona en romería y deja descansar su cámara en un árbol condecorada con la medalla de cinta roja, como quien cumple una peregrinación de siglos; sobre las caricias de miles de manos; sobre la piel desnuda de los cuerpos o sobre la ingenua impudicia de un abuelete haciendo de vientre en un momento de apretón campero y a traición.


Víctor ha paseado de la izquierda a la derecha, aunque su corazón es de tres colores y ha pateado las calles nuestras en pos de los deseos que nunca serán. Ayer nos regaló su mirada sobre una campaña de sueños y elecciones en la que precisamente las miradas valen más que las palabras y los gestos eran guiños de la memoria del tiempo. Y dijo sin palabras verdades ocultas. Y mostró sin necesidad de hablar vergüenzas ajenas y pactos con el diablo. Trenes vertiginosos que nunca pasarán por esta tierra y una murga de los currelantes que nos dejó a todos -"ramones", "caciques" y "currelantes"-, con una sonrisa en los labios. Esa fue la magia que quizá le pasó por debajo de la mesa su amigo Paco Mago sin necesidad de filosofías zen: descubrir a cada cual y no morir en el intento.

Por la mirada de Víctor, supimos que esta ciudad soñó durante unos días; que abrió sus ojos a la esperanza y quiso cambiarse el vestido; que extendió una rosa roja en su almohada y que sonrió con el color verde de los mil poemas de Valorio; que besó con besos falsos en nombre de la falsa independencia y que hoy saludamos a una alcaldesa guapa y sin consenso, que nos cae bien aunque se perfile los labios por fuera y no lo necesite.

Lo de después, la noche al pie del Duero con ese olor a río que es el olor de todos mis veranos; el puente apagado; la Catedral encendida; la sonrisa bendita de Javier a mi lado; el amor transparente de Alberto y Noelia, el curso que no podré hacer con Jose por adelantarme unos años naciendo o la mini lluvia de pétalos de manos de Víctor al pie de donde estuvo la carpintería del señor Franco, me la guardo porque es de las cosas que necesito llevarme en la mochila antes de bajar a la orilla de mis soledades. Porque es mi mirada hacia dentro.

Pero me llevo la mirada de Víctor y al menos sé que esta ciudad se hizo carne y alma; que la piedra quedó desterrada mientras duró el sueño. Que todo pasa y todo queda, pero lo nuestro no será nunca pasar sin más.

Y sé también que aunque sea el más vago de los currelantes de esta fábrica, es el más soñador. Desde sus ojos oscuros. Desde su mirada clara.

sábado, 23 de junio de 2007

La noche más corta

Arderán en la tarde-noche los "juanillos" de mi Cái llenando de cenizas sus rincones marineros, ungiendo de sal y alegría a sus gentes. Y saltará el viento de levante las olas a las doce de la noche, al pie del mar, mientras el agua se llena de papelillos y flores, de miles de deseos, de pies descalzos jugando en la arena a convocar a las brujas mientras la playa se ilumina con miles de candelas.

Yo rezaré los conjuros junto al Duero después de sobrevivir al día más largo entre los días más largos. Y quemaré los nombres viejos de mi alma; y redactaré sobre la piel con tinta nueva los nuevos nombres para que no se los lleve el agua, para que no me los borre el olvido.

No tengo deseos que alimentar junto a la orilla en esta noche sin deseos, en esta noche de luna roja y soledades; en esta noche de hogueras en que danzan aquelarres sobre mi alma todos los solitarios del mundo. Agradeceré a la noche su brevedad, porque cuando amanezca las brujas estarán de retirada y el sol iluminará un día nuevo descubriendo un deseo, el nombre que dejé oculto bajo la almohada por si lo soñaba.

Y este sueño será como este solsticio de verano, como un deseo que permanece en pie sobre el fuego y sobre el agua, como una isla erigida sobre un cúmulo de amor y de esperanza, sobre una hoguera que no quema. Y será el sol su guardián y el custodio de mi sonrisa. Y vendrá cada noche a escribírmelo por si se me olvida y lo vuelvo a soñar.

Quizá entonces mis deseos naveguen Duero abajo hasta llegar al océano. Quizá mañana, en las orillas de mi Cái, los niños salten las olas y bendigan con su risa, sin saberlo, todos estos sueños que no digo en voz alta para que no los devore el mar, para que el agua no me cierre las puertas. Estos sueños que fabrico mientras contemplo mi Zamora encendida en la noche de los deseos y escribo un versículo más en la biblia profana de mi vida, donde sólo mis dioses saben leer.

sábado, 16 de junio de 2007

La ciudad de los sueños rotos

Existe una ciudad donde los sueños son frágiles. Donde los sueños se quiebran como el cristal, donde sus habitantes quieren seguir soñando pero no lo saben. Donde queda prohibido cualquier atisbo de sueño según la ley de la costumbre y la pereza.

Existe una ciudad donde las vírgenes son señoras de puñales, puñales por la espalda y espadas en alto. Donde los independientes son dependientes y siervos; donde los desprendidos venden a sus vecinos como si fuesen miserables judas de cartón piedra. Donde los héroes ultrajan la libertad en nombre del santo dinero -puto dinero, dinero negro y sucio- y de las ansias de poder, que son como el rayo, que nunca cesan. Donde los prudentes prostituyen sus conciencias en tabancos de alto estánding, en salones de sillas de terciopelo donde todo está dicho de antemano; en pastelerías donde las mismas bocas morderán el mismo bollo mientras la ciudad de los sueños quebrados se muere de hambre y de pena, masticando entre lágrimas el pan ácimo y amargo de la decepción. Mientras la ciudad de los sueños rotos muerde el polvo y besa el suelo para llevarse a los labios esta tierra dejada de la mano de los hombres.

Existe una ciudad donde las alas extendidas de una gaviota no dejan posar el sol pero tampoco nos protegen de los temporales. Donde las alas son negras; donde las alas son alargadas, como las sombras de los cipreses. Donde la justicia está arrestada, donde hoy sobrevivimos abrazados a la tristeza. Donde los jóvenes se pierden diseminados por los caminos, donde los ancianos agachan la cabeza, donde hasta los más descreídos dicen amén.

Existe una ciudad de sueños rotos donde llueve sobre mojado. La misma lluvia, las mismas piedras, la misma suciedad que nunca se limpia sobre este suelo. Existe una ciudad de luto peremne por todos los días de pasiones abortadas, un clavel y un fusil de poesía por sus calles. Donde las banderas lucen crespones negros por el suelo expoliado vendido en el mercado de las complicidades, abrazando la especulación como el pan de cada día. Existe una ciudad donde cuando unos se llenan los bolsillos de sueños ajenos, otros acariciamos la arena del lejano mar, los posos de café y del tiempo o las pelusas de la infancia. Pero somos ricos en sueños y amores. Y sonreímos incluso en una ciudad de sueños de hielo y cristal.

Existe una ciudad donde los amigos se transforman en traidores y juegan a las batallas corrompiendo el nombre de Dios y su testamento de amor al prójimo, haciendo de la mentira y la mezquindad su bandera. Donde los decentes caen en la indecencia. Donde la palabra se ensucia de no usarla, donde el silencio es permisivo en nombre del miedo eterno a rebelarse.

Es la ciudad de los sueños rotos. La ciudad que no sabe que existen fábricas como la nuestra, por muy cerca que esté. Porque una fábrica como la nuestra nunca podrá dejar huella en ciudades con las alas quebradas, que prefieren no soñar a despertarse y soñar despiertas; a echar a volar por ellas mismas, sin el peso de los siglos a las espaldas, sin la memoria de las piedras, que siempre le vinculan a la tierra y a la fosa, a esta sepultura en vida que es vivir con las manos atadas, con la boca amordazada.

Hoy caen chaparrones sobre esta Zamora de sueños rotos que necesita lavarse para poder mirarse en un espejo y encontrarse guapa. Para que sea el agua, que siempre viene del cielo, la que le lave las heridas, la que le desenrede el pelo, la que le alivie el cansancio centenario de sus pies. Para que sea el agua la que le escriba en la piel nuevos versos y le recuerde que bajo ese agua también nos bautizamos los que seguimos soñando, los que seguimos sonriendo incluso bajo este aguacero.

Una noche soñé mi ciudad como una rosa roja. Así la soñamos miles de soñadores. Y así seguirá en esta fábrica de sueños: intacta, hermosa, con el rocío de la mañana sobre sus tejados, rojos como sus pétalos, rojos como la sangre, rojos como el corazón. Rojos como los besos, como las amapolas, como el rostro de una novia cuando la miran los ojos que encienden sus ojos. Como los latidos de una enamorada que vive en el silencio la bendición de saberse amada sin ser nadie.

Y yo seguiré alimentando ese sueño. Y en esta fábrica plantaremos una rosa roja para recordar cada día que hubo una ciudad soñada que perdimos una mañana bajo un intenso aguacero para fundirse en esa lluvia, para ser más de lo mismo, para ser de nuevo la ciudad de los sueños rotos. Para celebrar que nuestra fábrica sigue en pie, que mañana será otro día. Que hay muchos sueños esperando y no podemos dejarlos morir.
Igual que no podemos dejar de soñar. Igual que la sonrisa será siempre nuestro signo y nuestra bandera. Igual que esta fábrica, que nunca podrá pararse, que siempre será nuestra casa.

miércoles, 13 de junio de 2007

Cádiz, mi Cái

Estaba tardando en traer a esta fábrica un rincón de plata que soñaron los dioses más antiguos. Es Cádiz, que se dice Cái, que se pronuncia como un suspiro, como un deseo, como una caricia. Mi Cái, donde también residen mis sueños al pie del mar. Cái de compañías y soledades, donde nunca encontraron suelo firme mis pies descalzos, que sin embargo te besaban sin darse cuenta. Donde nunca quise romper mi cordón umbilical, aunque a cambio fui cobijando en las entrañas sonrisas que me curaron con las invisibles hebras de las amistades.

Esa Gades fenicia que me guarda las noches en el lenguaje indescifrable del vaivén de las olas. Cái romana de pecios y ánforas, de duros antiguos y puertas de tierra que son tierra sin puertas.

Cái de piedra ostionera y barquitos de pesca que pululan en las aguas como estrellas cuando cae la noche. Cái de hombres del mar que tararean el tres por cuatro por las tascas de la Viña haciendo de cada mesa un pequeño escenario del Falla. Cái de Virgen de la Palma, que salió a sus calles a detener las aguas y mandarlas volver a los océanos. Cái de coplas y versos, Cái de palmas y compás. Cái marinera de ficus gigantes y buganvillas siempre en flor. Cái de Alameda con los árboles besando al mar, con las aguas cosidas a su cintura.

Cái, mi Cái de sal y de arena, de madrugadas tres veces milenarias contemplándose sobre las aguas en calma. Cái de tempestades y maremotos, Cái de milagros y callejuelas, de viento de levante y de poniente, de ropa en las azoteas como blancas banderas dejándose querer por el sol.

Cádiz, que se dice Cái, es un paraíso de plata donde ya para siempre habitan mis sueños, que van y vienen, que reposan. Porque no puedo dejar de quererte, Tacita, y te lo digo sonriendo desde la distancia, si hay amores que nunca matan, si hay amores que nunca hieren. Cái es La Habana con su malecón por el campo del Sur. Cái, donde los niños bajan descalzos a la playa. Cái de marías jugando a la lotería en la arena hasta que se esconde el sol. Cái de adobo y pescaíto frito, de cañas en el puente y cañaíllas, de mariscadores en pos de boquitas buscando quizá el beso del mar. Donde las miserias se convierten en tanguillo y los pobres son ricos en alegría. Donde las palmas por bulería son el pan nuestro de cada mantel. Donde la luz se hace milagro cuando se posa sobre la Bahía mientras regresa al muelle el vaporcito del Puerto.


Es mi Cái, que también existe en esta fábrica. Ese Cái que me dejaba las olas debajo del balcón y me saludaba con bruma si soplaba suroeste. Ese Cái que echo de menos antes de irme pero no duele porque está dentro, porque me lo traigo conmigo a esta orilla sin mar de piedras románicas y filigranas platerescas, a esta Salamora donde me esperan tormentas y amores nuevos, indecisiones y certezas, la perfección de ser imperfecta y tener derecho a equivocarme. A esta Salamora que es donde quiero estar, que es donde tengo una cuenta de sueños pendientes.

Esta es la Cái que me enamoró en febrero cuando el tiempo se posa en los ladrillos rojos de un teatro y suena en clave de comparsa tocándome el alma. Ese Cái de callejeras y arte puro en el barrio de la Viña vestido de bombillas y fiesta. Cái que se bautiza de amarillo cada domingo en Carranza y canta por pasodoble su himno oficioso antes de cada partido. Cái que se baña en Puerta Tierra en las noches de victorias; Cái que salta las olas y pide deseos en la mágica noche de San Juan.

Cái de milagros y devociones, Cái mágica del Arco de la Rosa y el bullicio del mercado con el pescado recién salido de las aguas. Cái de baluartes y castillos, de procesiones magnas, de gaviotas sobrevolando los palios y simpecaos que no se manchan con el salitre porque se limpian con las lágrimas del pueblo cuando sale el Greñúo.


La última vez que fui a La Caleta, Cádiz, supe que me estaba despidiendo de tí. Pero no me dió pena: sé que siempre volveré, que tú siempre permanecerás erguida en tu piedra ostionera y tus versos de febrero, con tus torres y tus azoteas, con tus fachadas de colores, con las sábanas al sol. Supe también que diciéndote adiós estaba haciendo lo correcto; y sigo bendiciendo el privilegio de pisar tu suelo, de soñar despierta por tus esquinas del aire. Y sé que sobre tí se posarán miles de años, nuevas primaveras, nuevos veranos, nuevos noviembres de tosantos y nuevos diciembres de zambombas. Y que algún día nada quedará de mis huellas en tu arena, aunque yo guarde cada paso en la memoria de mi piel.

Y aunque me despedí en el santuario de tu playa pequeñita con un pellizquito de sal en los ojos y en el estómago, subía por el camino abrazada a la alegría y a la esperanza porque aquí, al norte del oeste, en esta raya de cortinas de piedra, montes, granito, encinas y lindes entre pastos, está mi casa. Porque aquí me devuelve mi corazón como a esas olas que se empeñan en no tocar la tierra pero siempre retornan y terminan empapándome los pies y lamiendo la arena; porque quiero contemplarme en este río oscuro y generoso que termina abrazando tus aguas atlánticas para mecerte cada mañana.

Aunque nunca deje ya de cantarte, mi Cái preciosa. Aunque nunca deje de escuchar tu voz por alegrías y sea tu compás el latido de mi corazón, la bulería eterna de tu eco llamándome. Cádiz. Mi Cái.